miércoles, 4 de noviembre de 2015

REENCONTRARTE- Capítulo 1


Capitulo 1: 
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría, era la edad de la insensatez, era la época de la creencia, era la época de la incredulidad, era la estación de la luz, era la estación de la oscuridad, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación.”
CHARLES DICKENS, “Historia de dos ciudades”



Y otra vez como cada día” pensaba Abbie, mientras se ponía dando saltitos sus botas de tacón.
Era un día lluvioso en la capital inglesa, y Abbie, como siempre, llegaba tarde al trabajo.
Hacía unos meses que se había comprado un apartamento a dos manzanas de la empresa multinacional donde trabajaba, precisamente porque sabía de su falta de puntualidad. Lo que en el momento de la compra no se imaginaba es que le funcionaría totalmente al revés de su propósito.
Vivir tan cerca le daba seguridad, pues realmente solo necesitaba unos cinco minutos para llegar a la oficina y por eso siempre iba “con la hora en el culo”.
            — Mierda, mierda, mierda…— Gruñía por lo bajini, mientras buscaba sus llaves con desesperación, después de haberse podido poner las botas era lo único que le impedía salir del apartamento de una vez por todas y echar a correr por las calles londinenses hasta llegar a su oficina. —Así que estabais aquí ¿eh?... Malditas llaves y maldita pereza… ¿es que siempre tengo que ir tarde a todos sitios?... — llevaba unos veinte minutos repasando minuciosamente con la mirada todo su hogar y ni rastro de ellas. Aun y así el único sitio donde no había mirado era donde estaban. Las había dejado donde siempre dejaba las llaves, aunque ella no recordaba haberlo hecho, pero si, sus magníficas llaves estaban ahí, en el cuenco de la entrada.
Cuando las hubo recuperado y se hubo dado el visto bueno en el espejo de la entradilla salió dando un portazo y metiendo las llaves en la cerradura, con una rapidez típica más de un ninja que de una persona más o menos tirando a torpe.
Su vecina de al lado, una mujer ya mayor y viuda salió de su dúplex, el contiguo al de Abbie.
            —¡Oh! ¡Cielos santos! ¿Has sido tú Abbie? ¿Has dado tu ese portazo?— Le preguntó a la joven, que cerraba su dúplex apresuradamente.
            —Sí, Señora Martinelli, he sido yo— Contestó la chica. — La verdad… llego tarde Martha, hoy tengo una reunión muy importante y bueno, el despertador no ha sonado y… Tengo que irme.
            —Entonces no la molesto más, pero ¡Vigile! Un día de estos acabará con la puerta en medio del rellano. ¡Que tenga un buen día!— Dijo alzando la voz, pues la persona que había de recibir el mensaje bajaba por las escaleras como alma que lleva el diablo. — Ai… esta juventud…—  Dijo apresurándose a entrar de nuevo en su hogar, ya que había salido con los rulos, el batín, y las zapatillas de ir por casa.
            —¡Igualmente Martha! — Se oyó en un chillido des del hueco de la escalera, pero era tarde, la anciana ya había cerrado la puerta.
Tan solo había dado un par de pasos por la calle que empezó a llover como si se acabara el mundo, y en ese  momento se arrepintió de no haber cogido su queridísimo paraguas azul, si volvía a casa no llegaría al despacho ni que fuera Superman a buscarla, así que optó por cubrirse la cabeza con la capucha de su adorada chaqueta marrón y echar a andar lo más rápido posible por el arcén que ya empezaba a estar empapado.
La capucha le cubría el rostro casi que en su totalidad, y así solo se le veían los labios y parte de sus mejillas y bajo la capucha nada era mucho mejor, pues ella solo veía parte del arcén y como mucho alguna pierna que pasaba junto a ella y eso ya la había metido en problemas más de una vez, porque siempre se tropezaba con extraños a los que les pedía disculpas incesantemente al ver sus caras de enfado.
Con el sonido de sus pasos sobre la acera iba pensando en la reunión, en cómo se le presentaba el día y en que debía comprarse más de un despertador para poder llegar de una vez por todas a tiempo a la faena.
“¿Porque todo me pasará a mí? Maldito despertador… se supone que debería haber sonado… Aaaarg…  Cuando salga se va a la basura y me compro otros tres para asegurarme de que suenen, tres despertadores no pueden fallar ¿O sí…? Es para poner una queja a los fabricadores de despertadores, es que no saben que hay millones de personas que dependen de que esos malditos trastos del demonio suenen a su hora ¡¿Eh?! Y encima me toca correr… Al final tendré que hacerle caso a mi madre y comprarme unas bambas para ir a la faena porque tela telita con la semana que llevo…
Y de repente empezó a notar como una extensión de su culo, algo realmente frío, duro y mojado, el arcén.
Entonces preguntas del tipo: “¿Pero… que hago yo aquí?, ¿Pero si yo estaba andando? ¿Cómo cojones me he caído yo?” empezaron a cruzar la mente de Abbie, una sucesión de preguntas sin respuesta aparente que se atropellaban unas con otras.
            —Perdone señorita, yo… de veras lo lamento mucho, no me había fijado en que… en definitiva que ha sido mi culpa este tropiezo, le ruego me disculpe y acepte mi mano, para… para ayudarla a levantarse — Dijo una dulce voz a la cual ella no ponía cara.
            —¿Mmm…?— “Sigo sin poder creerme que me haya caído hoy, ¡HOY! Mierda, mierda, mierda levanta de una maldita vez, por favor piernas, funcionad por una vez”. — N-no pasa nada, la verdad es que yo tampoco miraba por donde iba y bueno… me suelo tropezar… yo lo siento. — Dijo abatida.
Y entonces por debajo la capucha se asomó una perfecta mano masculina, la que supuestamente acompañaba esa dulce voz, y sin dudarlo la agarró con la suya para poder levantarse del suelo. “Perfecto, esto realmente es PER-FEC-TO, estaré empapada, no puede ser, esto no puede estar pasándome a mí, Dios, es que ¿porque tengo tan mala pata?
En cuando levantó la mirada para poder buscar a quien le prestaba su ayuda notó que unos penetrantes ojos azules, la buscaban, se clavaban en los suyos color ámbar, esos ojos intentaban traspasarlas, intentaban llegar a su alma y ella no entendía por que un extraño la miraba así, había algo en esa mirada que le resultaba familiar. Con esa mirada las pocas conexiones que había entre sus neuronas se desvanecieron, como si nunca hubieran existido. No podía enlazar más de dos palabras seguidas, como si su cerebro nunca lo hubiera aprendido a hacer. Si abría la boca quedaría como un indio apache de las películas de los años cuarenta, y no podía dar esa imagen delante de ese hombre.
Mi querer pedir perdón, mi ser torpe, mi no ser coordinada” Ya se imaginaba la escena, pero no lo podía hacer, ya suficientemente mal había quedado con ese hombre que no conocía de nada.
Se apresuró a levantarse sin querer retirar sus ojos de los de aquel hombre, pero lo hizo, rompió ese lazo que les unía, aunque no se conocían de nada.
            —Señorita debería vigilar más, podría haberse hecho daño— Le dijo el extraño mientras se pasaba la mano por la nuca acariciando ese pelo rubio ceniza, mientras una sonrisa pugnaba por salir, con unos perfectos dientes que podrían iluminar una ciudad a oscuras.
Y fue como si se detuviera el tiempo, el corazón empezó a saltársele algunos de esos latidos sin importancia, y el cerebro sufrió un cortocircuito, se le desconectó aún más. Fue como si apagaran a un robot.
Eh, cerebro, di algo, aunque sea una chorrada, acuérdate que mis labios si saben hablar, no me dejes en ridículo ahora, ¡¡¡Por favor!!! Ayúdame a pasar la mínima vergüenza posible y te lo recompensaré, vamos… Se bueno conmigo.” Le suplicaba Abbie a su cerebro a ver si así de una vez por todas volvía a ser una persona normal, coordinada y educada.
            —Yo lo lamento, no me fijé, y…— empezó a tartamudear porque el frío empezaba ya a calar en sus huesos y tener a ese hombre le nublaba la razón y eso no la estaba ayudando en nada. — Espero que no se haya hecho daño, lo lamento de verdad— Y bajó la mirada porque sus mejillas empezaban a ponerse de un color más rojo que las señales de Stop.
            —No se disculpe, es mi culpa también, yo iba distraído, mea culpa, discúlpame—Alexander no podía retirar los ojos del cuerpo de esa muchacha, le resultaba familiar, como si ya la conociera pero no la recordaba.
Empezó a estudiar cada milímetro de su cuerpo, el cual empezaba a empaparse igual que su cara, tenía un cuerpo esbelto y grácil, tenía unos labios carnosos que insistentemente pellizcaba con los dientes, como si eso la ayudara a pensar más deprisa, y unos ojos color ámbar con motitas color verde, que se le clavaron en el corazón.
Esos ojos eran muy difíciles de encontrar y menos aun en Inglaterra donde la mayor parte de la población  era más bien rubia, de ojos claros y de tez pálida.
Pero esa chica era todo lo contrario, empezando por esos ojos color caramelo fundido, la tez morena y el pelo color chocolate.
En su interior Alexander sabía que los había visto antes, pero no sabía donde ni en que momento de su vida, no sabía decir a quien le había visto esos ojos ámbar, solo sabía que no era la primera vez que los veía y rezaba para que tampoco fuera la última. De repente una voz que provenía de esa muchacha le sacó de sus ensoñaciones
            —Disculpe tengo que irme, llego tarde—dijo Abbie intentando zafarse de esa situación tan incómoda, y en ese instante la mano de Abbie rozó la de Alex y fue como si le hubiera dado un chispazo, como si hubieran establecido una conexión  y ese fue el último momento en que volvieron a conectar sus ojos, el último momento en que el ámbar y el azul turquesa enzarzaron un duelo, la última vez en que sus respectivas miradas se clavaron en el corazón del otro.
Abbie solo quería irse de ahí, no sabía porque ese extraño empezaba a mirarla así, y empezaba a tener miedo, había algo que no iba bien.
Alex aun tardo unos minutos en irse de ese sitio, no sentía la necesidad de hacerlo, se sentía a salvo, como si volviera a estar en casa, solo Dios sabía lo mucho que echaba de menos su Toscana natal, ese pedacito de Italia.

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