lunes, 23 de noviembre de 2015

REENCONTRARTE- Capítulo 2

Capítulo 2:
"No hay platos rotos que reparar. Solo hay cosas que vivir, y nunca ocurre como uno había previsto.
Pero lo que puedo decirte es que la vida pasa a una velocidad de vértigo. ¿Qué haces aquí conmigo, en esta habitación? Vete, ve a caminar tras los pasos de tus recuerdos. Querías hacer balance así que vete, vete corriendo."
MARC LEVY, “Las Cosas que no nos Dijimos”



Abbie llegó corriendo al despacho, aun alterada por el encontronazo con ese hombre, subió corriendo las escaleras que llegaban hasta su despacho que se encontraba en la primera planta.
Se quitó el abrigo y como estaba chorreando decidió colgarlo en el lavabo que había al lado de su despacho para no empapar la moqueta, se lo quedó mirando y le dirigió un:
            —Después te seco, tu solo quédate aquí. — “Como si se pudiera mover…” Pensó para si misma.
Recogió los impresos que su secretaria y amiga, Linda le había dejado a punto para la reunión y se fue pitando por el pasillo que daba hasta la sala de reuniones.
Abbie no era una persona muy extrovertida, pero desde que llegó a Londres, Linda y su marido Aaron eran sus mejores amigos.


Alexander seguía andando por las calles de Londres, sin saber dónde ir ni que hacer. Porque tenía el presentimiento de que conocía a esa chica pero no sabía cómo encontrarla ni sabía dónde la había visto, se estaba frustrando.
No podía creerse que su hasta el momento fantástica memoria no se acordara de unos ojos como esos, y lo peor de todo, no sabía dónde buscarla ni dónde encontrarla, no sabía nada en absoluto de esa chica.
Decidió divagar por las calles calentándose la cabeza, no entendía nada. Porque esa chica en un instante le había recordado a la Toscana, al Sol, el calor, las tierras, la granja… Todo.


Por suerte para Abbie la última reunión había tocado su fin y con eso ya podía irse a casa. Necesitaba urgentemente llenar la que tenía en el altillo de cristal y meterse dentro mientras veía la lluvia caer. “Oh si, un buen baño, ¡Que ganitas!”.
Pero había algo que le rondaba la cabeza, la imagen de ese hombre, como si él la conociera, como si supiera quien era, como si quisiera encontrarla. Cada vez que recordaba cómo le había traspasado el alma con esa mirada la mente se le turbaba, había sido muy intenso, pero aun y así quería volverle a ver. Esos ojos azules… Adoraba a los hombres con los ojos azules, eran su perdición. Vale si ella los tenía color ámbar y eran realmente extraños de encontrar, pero ella sentía debilidad por los ojos de color azul.
Llegó a casa y en efecto se dio la ducha que su cuerpo le pedía, y como le sentaba de bien... Se encontraba en la bañera con la cabeza recostada y el pelo empapado le caía en forma de cascada por fuera de la bañera, con los ojos cerrados y oyendo la serenata que componía el cielo a base de truenos, acompañada por un espectáculo de luces provocados por los relámpagos, los cuales ella solo podía intuir. La sensación de estar flotando en medio de una tormenta le encantaba, la relajaba y la hacía sentir a salvo, como si los rayos y truenos fueran su hogar.
Se encontraba sumida en un profundo estado de relajación cuando le volvieron a venir a la mente esos ojos, ¿cómo una mirada podía perturbar tanto a alguien? Y en ese momento abrió los ojos de golpe y se incorporó, empezó a ver los rayos e intentó volver a sumergirse y volver a relajarse… pero nada. Al cabo de un rato decidió salir de la bañera, al fin y al cabo tenía que hacerse algo para cenar. Cogió el albornoz, se lo colocó, se peinó el largo pelo color chocolate y bajó a la cocina.


Alex estaba tumbado en la cama mirando al techo con los brazos en ángulo detrás de su cabeza, no podía parar de pensar. Sabía que la conocía pero no la ubicaba y eso le estaba volviendo loco, ¿Cómo podía su memoria fallar de esa forma?
Inspira, expira, inspira, expira, me tengo que acordar, debo hacerlo, debo encontrarla, va cerebro no me falles así, por favor”. Pensaba casi suplicándole a su cerebro que se acordara.
Y en la oscuridad que le envolvía, sus parpados cedieron a la relajación que estaba sufriendo todo su cuerpo, y no pudo más que quedarse rendido en la cama.


El olor al campo de girasoles, el calor del Sol que cada mañana lucía su piel como si de una chaqueta se tratase, la grandeza de los campos, por cuyas extensiones se filtraba la luz de ese gran astro, la calidez de su hogar… Iba soñando en todas esas cosas, estaba embriagado y a la vez sorprendido por la claridad de sus sueños. Pero él sabía que eso no era un sueño, eran momentos de su infancia, momentos de felicidad que él había vivido, momentos que le acompañarían fuera donde fuese. Nunca los había revivido tan claramente, siempre le venían a la cabeza destellos de su infancia, pero nunca había soñado tan nítidamente.
Pero en mitad de ese sueño, apareció entre los girasoles una niña, con el pelo color chocolate recogido en dos coletas altas y un flequillo que a cada paso que daba le iba bamboleando por la frente. Aparecía sonriente, corriendo por los campos.
Esa misma niña se paró delante del niño que un día fue, el niño de su infancia y le dio un abrazo junto con un:
—Buenos días Alex— “Si los ángeles tuvieran voz, seguro que sonaría así” pensaba el niño, y le plantó un sonoro beso en la mejilla, se separó de él y justo en ese momento Alex vio esos ojos que le traían de cabeza, unos enormes ojos ambarinos que le miraban fijamente. Él le empezó a hacer cosquillas y esa niña empezó a reírse, se reía sin parar, mostrando una alegría que era atípica y altamente contagiosa.
—Buenos días pequeña— Le contestó el Alex niño con una enorme sonrisa.
Tenerla ahí, así de cerca era calmante, como si de un bálsamo se tratara, le hacía sentir feliz. Se sentía en paz, se sentía especial, se sentía querido.
Y entonces,  le llegó un olor que provenía de esa niña que tenía entre los brazos, el olor a canela. Ese olor que dejaba la cocina después de que su madre hiciera galletas, o que hiciera algún que otro postre de los que él tanto disfrutaba. Y esa ráfaga que le había impregnado las fosas nasales con su aroma y que ahora bailaba entre los dos niños le hizo sentir la persona más afortunada del mundo por poder disfrutar de esos momentos.


El hombre que se había quedado profundamente dormido se despertó llevándose con él una enorme bocanada de aire que llegó a sus pulmones. El corazón no le respondía, iba más acelerado de lo normal, latiendo con más fuerza y brusquedad, como diciendo, aquí estoy. Y en cuando sus ojos decidieron abrirse, una lagrimita traicionera rodó por sus mejillas haciendo acto de presencia en el ya de por si alterado hombre.
—Abbie…— Dijo más para si mismo que para el mundo exterior, y cerró los ojos con fuerza, en un intento de que ninguna lagrima más siguiera el camino que había decidido tomar la primera, pero una por una se fueron derramando, como si así limpiaran el alma del pobre muchacho que estaba sentado en esa cama.
Tenía que ser ella, pero aun y así no era posible, no podía ser posible. Aunque algo en su interior le decía que sí. El chispazo que había sentido al cruzarse con ella había sido real, él lo había sentido.
Esa mujer… no podía ser otra, era esa niña con coletas del sueño, la misma con que había compartido su infancia, la misma que le robaba las noches y que un día le robó el corazón. Entonces un montón de preguntas, de las cuales él no tenía la respuesta a ciencia cierta empezaron a encallarse en su mente. ¿Cómo no le había reconocido? ¿Qué había pasado? ¿Y porque? Precisamente El Gran Porque englobaba muchos otros porqués más pequeños.
Él lo había pasado fatal des de que se vieron por última vez, él había llorado casi todas las noches hasta quedarse dormido, él había sentido un vacío en su pecho que no conseguía llenar.
Se quedó como un pasmarote en la cama, la confusión, el miedo, y también la dulzura y la intensidad de sus sueños empezaron a hacer mella en él, le dejaron inmovilizado, pero entonces se acordó de algo. Tenía que comprobarlo… Era la única opción que le quedaba.
De un salto se levantó de la cama y se fue para el comedor del piso que su amigo Angelo le había prestado para unos días hasta que él encontrara uno.
“Deben estar aquí, yo los guardé aquí, así que en algún lado estarán… eso segurísimo ¿Dónde los metí?” Alex iba dando tumbos por todo el comedor.
Había dejado los álbumes que se llevó de su casa como recuerdo en el comedor pero no sabía donde exactamente. Empezó a desparramar todos los objetos que llenaban sus estanterías y que daban calidez a eso que él ya consideraba su hogar.
Al cabo de un largo rato los encontró, los muy malditos estaban escondidos en un rinconcito d la estantería que se encontraba más cercana a la cocina y los abrió, uno por uno. Pasaba las páginas con rapidez, veía fotos de él, de sus padres, pero no le importaba, él solo quería ver esa foto, la única que tenía de ella.
Se dejó caer de rodillas en el frío suelo de madera de su comedor, y empezó a ojearlos casi a la velocidad de la luz, y después de ojear dos largos álbumes la encontró, ahí estaba. Ella. Estaban, esos ojos, esa mirada, su mirada, a la cual acompañaba una enorme sonrisa de felicidad. Los mullidos labios se estiraban en una sonrisa que hizo sonreír al hombre cuyas lágrimas resbalaban por sus mejillas de forma incontrolada.
Llevaba las dos coletitas con el flequillo recto que la caracterizaba, y un vestido blanco con detalles amarillos. Tenía los brazos extendidos y en las manos un girasol, el cual entregaba al fotógrafo con una enorme alegría.
Él había captado ese momento con la primera cámara que tubo, adoraba la fotografía, y adoraba a esa niña, así que hacía la combinación perfecta entre su hobbie y su corazón.

Un día de verano, la pequeña llegó corriendo a casa de Alex pero antes de llegar, mientras iba de camino cogió un girasol del campo que los padres de este regentaban. Cuando ella llegó, él estaba haciendo fotos a los animales y a los girasoles, y no se dio ni cuenta hasta que se giró, entonces la vio allí con los brazos extendidos ofreciéndole un girasol y él no pudo más que hacerle una foto para recordarla siempre. Una sonrisa salió de sus labios y se dirigió a ella para alzarla al vuelo en un abrazo que según ella era “Un abrazo de oso”. La niña le susurró al oído:
            —¿Te ha gustado mi regalo?— y aunque la niña sabía que la respuesta era sí necesitaba oírlo de sus labios, le encantaba su voz y más cuando solo ella podía oírla.
            —Ya sabes que sí, pequeña— y se le escapó una carcajada— Pero… ¿Qué tenemos que celebrar hoy? Porque yo no te he regalado nada— Dijo intentando hacer un mohín que acabo en una gurutal carcajada por parte de ambos.
            —Mmm…— La pequeña Abbie se quedó pensativa, como si no se acordara de porque le había hecho ese regalo y entonces empezó a pellizcarse los labios con los dientes, como si eso la ayudara a pensar— Pues… porque… ¡Es mi cumpleaños, tonto!— le dijo enfurruñándose. Como podía ser que él no se acordara de su cumpleaños…
            —Ah… así que era eso, ¿Eh?— Dijo intentando disimular que se acordaba. Le encantaba cuando se enfurruñaba con él, entonces el pequeño Alex la abrazaba como si la quisiera cubrir de todo el mundo. — Claro que me acordaba— le dijo en un susurro, que solo ella pudo percibir.
            —Ya si, claro… ahora no lo intentes arreglar, jhum— Le contestó cruzando sus brazos sobre el pecho y dando media vuelta en un claro gesto de indignación.
            —Que si me he acordado, sino, espera un momento y lo veras. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo no te diga o te quedas sin regalo, así que tu misma— Y se fue para dentro de la casa.
            —¿Tienes los ojos cerrados?— Le preguntó asomándose por la puerta sin descubrir su regalo
            —¡Sí!— Dijo casi gritando ella, con los ojos cerrados y una sonrisa de oreja a oreja.
            —Toma, para ti. ¡Feliz cumpleaños enana!— le dijo revolviéndole el pelo con la mano al tiempo que le entregaba una cajita con un enorme lazo rosa.
Abbie la abrió la caja y dentro se encontró con un álbum fotográfico. La mirada se le iluminó y su rostro parecía expresar una felicidad que realmente ella sentía.
Cuando él hacía fotografías, la pequeña siempre le seguía a todas partes fascinada. A veces cuando ella se despistaba o se quedaba embobada mirando algún animalito o alguna planta él le hacía fotos, pero ella no lo sabía, pues siempre las había guardado y nunca las llevaba a revelar y cuando revelaba el sinfín de fotografías hechas siempre esperaba que ella estuviera ahí para verlas por primera vez. Era algo que les conectaba a un nivel muy profundo, así que cuando vio que se acercaba el cumpleaños de la niña decidió recopilar las fotos que le había hecho y regalárselas en un álbum.
A medida que pasaba las páginas del regalo que le había hecho Alex, una lágrima tras otra acechaban en sus ojos dispuestas a salir al mundo exterior.


Alexander se había sumido en su propio mundo, se había derrumbado con esa fotografía. Le recordaba tanto…

Y en medio de ese momento de nostalgia no pudo más que sonreír, a pesar de que alguna que otra lágrima traicionera decidiera ir por su cuenta mejilla abajo.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

REENCONTRARTE- Capítulo 1


Capitulo 1: 
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría, era la edad de la insensatez, era la época de la creencia, era la época de la incredulidad, era la estación de la luz, era la estación de la oscuridad, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación.”
CHARLES DICKENS, “Historia de dos ciudades”



Y otra vez como cada día” pensaba Abbie, mientras se ponía dando saltitos sus botas de tacón.
Era un día lluvioso en la capital inglesa, y Abbie, como siempre, llegaba tarde al trabajo.
Hacía unos meses que se había comprado un apartamento a dos manzanas de la empresa multinacional donde trabajaba, precisamente porque sabía de su falta de puntualidad. Lo que en el momento de la compra no se imaginaba es que le funcionaría totalmente al revés de su propósito.
Vivir tan cerca le daba seguridad, pues realmente solo necesitaba unos cinco minutos para llegar a la oficina y por eso siempre iba “con la hora en el culo”.
            — Mierda, mierda, mierda…— Gruñía por lo bajini, mientras buscaba sus llaves con desesperación, después de haberse podido poner las botas era lo único que le impedía salir del apartamento de una vez por todas y echar a correr por las calles londinenses hasta llegar a su oficina. —Así que estabais aquí ¿eh?... Malditas llaves y maldita pereza… ¿es que siempre tengo que ir tarde a todos sitios?... — llevaba unos veinte minutos repasando minuciosamente con la mirada todo su hogar y ni rastro de ellas. Aun y así el único sitio donde no había mirado era donde estaban. Las había dejado donde siempre dejaba las llaves, aunque ella no recordaba haberlo hecho, pero si, sus magníficas llaves estaban ahí, en el cuenco de la entrada.
Cuando las hubo recuperado y se hubo dado el visto bueno en el espejo de la entradilla salió dando un portazo y metiendo las llaves en la cerradura, con una rapidez típica más de un ninja que de una persona más o menos tirando a torpe.
Su vecina de al lado, una mujer ya mayor y viuda salió de su dúplex, el contiguo al de Abbie.
            —¡Oh! ¡Cielos santos! ¿Has sido tú Abbie? ¿Has dado tu ese portazo?— Le preguntó a la joven, que cerraba su dúplex apresuradamente.
            —Sí, Señora Martinelli, he sido yo— Contestó la chica. — La verdad… llego tarde Martha, hoy tengo una reunión muy importante y bueno, el despertador no ha sonado y… Tengo que irme.
            —Entonces no la molesto más, pero ¡Vigile! Un día de estos acabará con la puerta en medio del rellano. ¡Que tenga un buen día!— Dijo alzando la voz, pues la persona que había de recibir el mensaje bajaba por las escaleras como alma que lleva el diablo. — Ai… esta juventud…—  Dijo apresurándose a entrar de nuevo en su hogar, ya que había salido con los rulos, el batín, y las zapatillas de ir por casa.
            —¡Igualmente Martha! — Se oyó en un chillido des del hueco de la escalera, pero era tarde, la anciana ya había cerrado la puerta.
Tan solo había dado un par de pasos por la calle que empezó a llover como si se acabara el mundo, y en ese  momento se arrepintió de no haber cogido su queridísimo paraguas azul, si volvía a casa no llegaría al despacho ni que fuera Superman a buscarla, así que optó por cubrirse la cabeza con la capucha de su adorada chaqueta marrón y echar a andar lo más rápido posible por el arcén que ya empezaba a estar empapado.
La capucha le cubría el rostro casi que en su totalidad, y así solo se le veían los labios y parte de sus mejillas y bajo la capucha nada era mucho mejor, pues ella solo veía parte del arcén y como mucho alguna pierna que pasaba junto a ella y eso ya la había metido en problemas más de una vez, porque siempre se tropezaba con extraños a los que les pedía disculpas incesantemente al ver sus caras de enfado.
Con el sonido de sus pasos sobre la acera iba pensando en la reunión, en cómo se le presentaba el día y en que debía comprarse más de un despertador para poder llegar de una vez por todas a tiempo a la faena.
“¿Porque todo me pasará a mí? Maldito despertador… se supone que debería haber sonado… Aaaarg…  Cuando salga se va a la basura y me compro otros tres para asegurarme de que suenen, tres despertadores no pueden fallar ¿O sí…? Es para poner una queja a los fabricadores de despertadores, es que no saben que hay millones de personas que dependen de que esos malditos trastos del demonio suenen a su hora ¡¿Eh?! Y encima me toca correr… Al final tendré que hacerle caso a mi madre y comprarme unas bambas para ir a la faena porque tela telita con la semana que llevo…
Y de repente empezó a notar como una extensión de su culo, algo realmente frío, duro y mojado, el arcén.
Entonces preguntas del tipo: “¿Pero… que hago yo aquí?, ¿Pero si yo estaba andando? ¿Cómo cojones me he caído yo?” empezaron a cruzar la mente de Abbie, una sucesión de preguntas sin respuesta aparente que se atropellaban unas con otras.
            —Perdone señorita, yo… de veras lo lamento mucho, no me había fijado en que… en definitiva que ha sido mi culpa este tropiezo, le ruego me disculpe y acepte mi mano, para… para ayudarla a levantarse — Dijo una dulce voz a la cual ella no ponía cara.
            —¿Mmm…?— “Sigo sin poder creerme que me haya caído hoy, ¡HOY! Mierda, mierda, mierda levanta de una maldita vez, por favor piernas, funcionad por una vez”. — N-no pasa nada, la verdad es que yo tampoco miraba por donde iba y bueno… me suelo tropezar… yo lo siento. — Dijo abatida.
Y entonces por debajo la capucha se asomó una perfecta mano masculina, la que supuestamente acompañaba esa dulce voz, y sin dudarlo la agarró con la suya para poder levantarse del suelo. “Perfecto, esto realmente es PER-FEC-TO, estaré empapada, no puede ser, esto no puede estar pasándome a mí, Dios, es que ¿porque tengo tan mala pata?
En cuando levantó la mirada para poder buscar a quien le prestaba su ayuda notó que unos penetrantes ojos azules, la buscaban, se clavaban en los suyos color ámbar, esos ojos intentaban traspasarlas, intentaban llegar a su alma y ella no entendía por que un extraño la miraba así, había algo en esa mirada que le resultaba familiar. Con esa mirada las pocas conexiones que había entre sus neuronas se desvanecieron, como si nunca hubieran existido. No podía enlazar más de dos palabras seguidas, como si su cerebro nunca lo hubiera aprendido a hacer. Si abría la boca quedaría como un indio apache de las películas de los años cuarenta, y no podía dar esa imagen delante de ese hombre.
Mi querer pedir perdón, mi ser torpe, mi no ser coordinada” Ya se imaginaba la escena, pero no lo podía hacer, ya suficientemente mal había quedado con ese hombre que no conocía de nada.
Se apresuró a levantarse sin querer retirar sus ojos de los de aquel hombre, pero lo hizo, rompió ese lazo que les unía, aunque no se conocían de nada.
            —Señorita debería vigilar más, podría haberse hecho daño— Le dijo el extraño mientras se pasaba la mano por la nuca acariciando ese pelo rubio ceniza, mientras una sonrisa pugnaba por salir, con unos perfectos dientes que podrían iluminar una ciudad a oscuras.
Y fue como si se detuviera el tiempo, el corazón empezó a saltársele algunos de esos latidos sin importancia, y el cerebro sufrió un cortocircuito, se le desconectó aún más. Fue como si apagaran a un robot.
Eh, cerebro, di algo, aunque sea una chorrada, acuérdate que mis labios si saben hablar, no me dejes en ridículo ahora, ¡¡¡Por favor!!! Ayúdame a pasar la mínima vergüenza posible y te lo recompensaré, vamos… Se bueno conmigo.” Le suplicaba Abbie a su cerebro a ver si así de una vez por todas volvía a ser una persona normal, coordinada y educada.
            —Yo lo lamento, no me fijé, y…— empezó a tartamudear porque el frío empezaba ya a calar en sus huesos y tener a ese hombre le nublaba la razón y eso no la estaba ayudando en nada. — Espero que no se haya hecho daño, lo lamento de verdad— Y bajó la mirada porque sus mejillas empezaban a ponerse de un color más rojo que las señales de Stop.
            —No se disculpe, es mi culpa también, yo iba distraído, mea culpa, discúlpame—Alexander no podía retirar los ojos del cuerpo de esa muchacha, le resultaba familiar, como si ya la conociera pero no la recordaba.
Empezó a estudiar cada milímetro de su cuerpo, el cual empezaba a empaparse igual que su cara, tenía un cuerpo esbelto y grácil, tenía unos labios carnosos que insistentemente pellizcaba con los dientes, como si eso la ayudara a pensar más deprisa, y unos ojos color ámbar con motitas color verde, que se le clavaron en el corazón.
Esos ojos eran muy difíciles de encontrar y menos aun en Inglaterra donde la mayor parte de la población  era más bien rubia, de ojos claros y de tez pálida.
Pero esa chica era todo lo contrario, empezando por esos ojos color caramelo fundido, la tez morena y el pelo color chocolate.
En su interior Alexander sabía que los había visto antes, pero no sabía donde ni en que momento de su vida, no sabía decir a quien le había visto esos ojos ámbar, solo sabía que no era la primera vez que los veía y rezaba para que tampoco fuera la última. De repente una voz que provenía de esa muchacha le sacó de sus ensoñaciones
            —Disculpe tengo que irme, llego tarde—dijo Abbie intentando zafarse de esa situación tan incómoda, y en ese instante la mano de Abbie rozó la de Alex y fue como si le hubiera dado un chispazo, como si hubieran establecido una conexión  y ese fue el último momento en que volvieron a conectar sus ojos, el último momento en que el ámbar y el azul turquesa enzarzaron un duelo, la última vez en que sus respectivas miradas se clavaron en el corazón del otro.
Abbie solo quería irse de ahí, no sabía porque ese extraño empezaba a mirarla así, y empezaba a tener miedo, había algo que no iba bien.
Alex aun tardo unos minutos en irse de ese sitio, no sentía la necesidad de hacerlo, se sentía a salvo, como si volviera a estar en casa, solo Dios sabía lo mucho que echaba de menos su Toscana natal, ese pedacito de Italia.

martes, 1 de septiembre de 2015

Entrevista a Eva P. Valencia

Sé que hace ya bastante que no actualizo el blog, y aunque quisiera escribir más a menudo, normalmente no es que tenga muchísimo tiempo...
Hace muy poquito se me ocurrió que, coincidiendo con el lanzamiento de Sin Mirar Atrás (para los que no lo sepáis, es el tercer libro de la Saga Loca Seducción), podría hacerle una entrevista a Eva, y ella aceptó!!
Así pues, os traigo la entrevista que le hice ayer a esta estupenda escritora.


  • BIOGRAFÍA: Eva P. Valencia nació en Barcelona en 1974. Estudió ciencias empresariales en la Universidad Pompeu Fabra. Es contable de profesión y escritora de vocación. Empezó a escribir en marzo del 2013 obras como: Otoño en Manhattan, primera novela de la Saga Loca Seducción.



  1. ¿Un rasgo principal de tu carácter? La sinceridad.
  2. ¿Un defecto que no puedas dominar? Demasiado perfeccionista, aunque hay quien lo ve una cualidad.
  3. ¿Tu animal favorito? El caballo.
  4. ¿Cuál es el plato que más te gusta? La paella valenciana, (porque no cuenta el chocolate con leche, ¿verdad?)
  5. ¿Un color que te inspire alguna sensación o emoción? El azul. Me da tranquilidad y paz.
  6. ¿Un grupo/ cantante? Pues la verdad es que no tengo ninguno preferido, sino un amplio abanico de canciones que me encantan.
  7. ¿Un libro que te guste? Por supuesto: El Infierno de Gabriel de Sylvain Reynard.
  8. ¿Tu película preferida? Babel de Alejandro González Iñárritu e interpretada por Brad Pitt y Cate Blanchett. Por el mensaje que deja tras acabar de verla.
  9. ¿Un viaje pendiente? Por supuesto que antes de morir quisiera visitar Manhattan y fotografiarme en todos los lugares que nombro en la novela. Desde el apartamento de Gabriel en Park Avenue, a la tienda de tatuajes “Magestic Tattoo” en pleno corazón del SoHo.
  10. ¿Una forma de despedirte (hasta pronto, adiós...)? Nos vemos, hasta pronto. Jamás digo adiós. O, adéu (en catalán)








1.     ¿De donde surgió la Saga Loca Seducción? ¿Cual fue la "semilla"?
Surgió de un reto personal. Allá por el año 2013 formaba parte de un reducido grupo de Facebook donde se compartían relatos e historias por capítulos. Y entonces fue cuando empecé a plantearme el hecho de por qué no podía probar a ver qué surgía. Así que, escribí un capítulo y tras meditarlo un poquito (porque soy muy impulsiva), lo compartí con mucha vergüenza. Jamás había escrito nada y me asombré al descubrir que les encantó. Pero, lo cierto era que ya me había apasionado por la escritura sin aún ser consciente de ello. Seguí escribiendo: un segundo capítulo y después un tercero y sin darme cuenta, tenía media novela escrita y, había despertado en mí, la pasión por Crear Sueños. Desde entonces, supe que escribir no era una elección sino una necesidad.

2.     ¿Si tuvieras que elegir una novela de entre todas las tuyas, con cual te quedarías? ( sé que suena a "cuál es tu hijo favorito" jeje)
De momento he escrito tres novelas y tres relatos. Es complicado elegir entre tus hijos porque todos son especiales, pero… “Otoño en Manhattan” ha sido el propulsor de toda esta bendita lokura, así que por ello, es digno merecedor de ser mi primogénito. Además, de todos es sabida mi adoración por Gabriel Gómez. Él es mi niño mimado.

3.     ¿Cuál es la parte que más te ha costado escribir?
Sinceramente, ninguna. Suelo sentarme frente al teclado y surge, sin más. En eso he de reconocer que soy afortunada. Pero, sí que he de matizar tal vez al principio me costaba un poquito las escenas de sexo explícito (más que escribirlas, compartirlas). Pero, sólo fueron las dos primeras.

4.     ¿Cómo te sientes al estar viviendo tu sueño de ser escritora?
Pues realmente como lo has expresado: un Sueño, en mayúsculas. Mi vida hasta hace casi tres años giraba en torno a los números: mis estudios, mi trabajo… Hasta que de golpe, cambió. Se abrió ante mí un mundo completamente nuevo, deseoso de ser descubierto. A día de hoy, aún sigo pellizcándome porque sigo pensando que todo lo que me está pasando sea irreal. Aún sigo sin acabar de creérmelo.

5.     ¿Cómo crees que reaccionará la gente tras leer Sin Mirar Atrás?
¡Ufff! ¿En serio he de responder a esta pregunta? Jajaja, deberías de ver mi cara en este momento. Pues, sinceramente lo ignoro. “Sin mirar atrás” es el desenlace de “Recuérdame”, una novela intensa, que acaricia el alma de mil maneras distintas. Te hace reflexionar, pensar, enfadar, odiar, amar, enamorar… En la secuela, en “Sin mirar atrás”, sigue el mismo modus operandi. Continúa la intriga, la acción, la desesperación, pero también hay mucho más amor, y no sólo aquel amor entre amantes sino el de amistad, fraternal, paternal… Es un final muy esperado, por lo tanto, espero complacerles lo máximo. Intento plasmar en mis novelas pinceladas de realidad, pese a ser de ficción. Espero que cuando terminen de leer la última palabra (y no me refiero a la palabra FIN), sientan que se han respondido todas sus preguntas. Que aunque no todo puede acabar bien, porque la vida en realidad es así, me gustaría pensar que el final que les he preparado, les llegue directo a sus corazones y se quede en ese rinconcito por mucho, mucho tiempo. “Sin mirar atrás” es una novela con muchos mensajes subliminales y otros que saltan a simple vista. Espero que mi aporte en forma de novela de ficción, sirva para abrir los ojos a muchas mujeres maltratadas. Lo deseo y espero de corazón.

6.     ¿Qué consejo le darías a alguien que le apasione escribir?
Que luche, que escriba con el alma y con pasión. Que persiga sus sueños y que nunca se rinda. Y que: nadie dijo que fuera fácil, sino que merecería la pena intentarlo…

7¿En tu día a día, sigues una "rutina" para escribir? ¿Tienes algún momento del día en que "los musos" te inspiren más?
En absoluto, soy completamente atópica. No sigo ninguna rutina, salvo que prefiero la noche y el silencio. Los “musos” me inspiran a cada momento, no importa el lugar, ellos campan a sus anchas por mi mente y les veo interactuar entre ellos, como si de una película de Hollywood se tratara. Jamás anoto nada, ni frases, ni palabras clave, nada. No tengo libretas, ni esquemas, ni borradores. En cuando me siento frente al portátil, empieza a crearse la novela. Desde el primer capítulo al último, la escribo seguida. No me salto ningún capítulo aunque lo tenga fresco en mi cabeza. Hasta que no le llega su turno, no lo escribo. Quizá se deba al hecho de haber publicado en blog y en Wattpad por capítulos, tal vez por ello, esté acostumbrada a escribir la novela de principio a fin, tal y como lo leerá después el lector.

Muchísimas gracias, Eva, por haber respondido estas preguntas y por haberle dedicado este tiempo al blog.


Muchas gracias Berta por concederme parte de tu tiempo y un rinconcito en tu blog. Quisiera mandar muchos besitos a mis casi 3.800 lokas que me acompañan día a día con su apoyo incondicional y sus muestra de cariño.


sábado, 2 de mayo de 2015

Zona de Intercambio

Ahora mismo para intercambiar tengo estos libros. Si os interesa alguno mandadme un correo a berta.march16@gmail.com 

- La Sumisa Insumisa (Rosa Peñasco) Edición Rustica, tapas Blandas
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- Angel (Felicity Heaton)/ DeBolsillo

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- Los Noventa Días De Genevieve ( Lucinda Carrington) Edición Rustica, Tapas Blandas
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- Mi hermana Elba y Los Altillos de Brumal (Cristina Fernández Cubas)
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Todos los libros están en perfectas condiciones, los que más se han leído se han leído una vez.